Ahora que acabamos el año, y echando un poco la vista atrás nos hemos dado cuenta que en nuestro blog nos faltaba la mención de un personaje muy importante en el mundo de la arquitectura. El arquitecto brasileño Oscar Niemeyer nos dejaba a sus casi 105 años el pasado 5 de diciembre.
Era el último superviviente de los grandes maestros del siglo XX, selecto club integrado por nombres como Le Corbusier, Mies van der Rohe o Frank Lloyd Wright. Para Niemeyer “la arquitectura es una cuestión de sueños y fantasías, de curvas generosas y de espacios amplios y abiertos” aunque también solia decir que “la vida siempre me pareció más importante que la arquitectura”.
Deja un legado de más de 500 proyectos en un gran número de países: desde la universidad de la ciudad argelina de Constantina, hasta el centro Niemeyer en Avilés, la sede del Partido Comunista de Francia, el complejo de la ONU en Nueva York, en cuyo proyecto colaboró, o la matriz de la editorial Mondadori en Milán, una de sus obras predilectas. El complejo arquitectónico de Brasilia, con sus ministerios milimétricamente alineados y sus palacios gubernamentales de la Alvorada, Planalto o Itamaraty, representó su consagración definitiva. Brasilia aún desata tantas pasiones como críticas en los círculos académicos. Él mismo, consciente de esta controversia, solía decir que si hubiese tenido que afrontar el mismo reto en sus últimos años lo habría hecho de un modo diferente.
Asistente y colaborador de Le Corbusier durante años, representó un punto de ruptura en el movimiento moderno imperante de la primera mitad del siglo XX. El maestro no tardó en contaminar los postulados racionalistas basados en la funcionalidad de los espacios con elementos estéticos que encontraban en la curva su máxima expresión.
El otro Niemeyer, el pensador multidisciplinar, el comunista utópico, desarrolló una agitada militancia política que lo llevó a intimar con Fidel Castro y Hugo Chávez. No desaprovechaba la oportunidad de expresar su preocupación por la desigualdad y las injusticias en el planeta.
Fuente: El País
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